El primer día que fui a La Condomina perdimos con el Sabadell. Lo recuerdo muy bien. Mi padre me compró una bandera espectacular. Un palo de madera. Unas grapas. Una tela fina pimentonera con un escudo bordado en el centro. Dormí con ella muchas noches. Aquel día fuimos a grada alta. Tengo varios momentos grabados a fuego en la memoria. La subida interminable de escaleras, la salida a la grada y aquel verde brillante del césped. Las almohadillas, el olor a puro y el sonido de los chuts de los futbolistas a pesar de la distancia. Nos sentamos muy arriba. El color grana de las camisetas se hacía luz. Al poco de empezar el partido, en la grada baja, se levantó un señor. Se volvió a la grada. Levantó sonrisas con un alarde de amabilidad que me impresionó, y de repente, empezó a hacer aspavientos en todas direcciones con sus brazos siguiendo el ritmo de sus gritos “UUU”, “AAA”, “UUU, “AAA” y todo el estadio al poco seguía su ánimo con palmas acompasadas. Como un director de orquesta del concierto de año nuevo, con vigor y alegría condensada, aquello fue el primer y único gran flechazo de mi vida futbolística.
- Papá ¿Quién es ése señor? – Es El Panadero. El Panadero de Archena.
Aquel instante, por esa maravillosa ingenuidad infantil que nunca deberíamos perder, en ningún momento pensé en que aquel señor de bigote de ánimo amable y vigor murcianista único, hacía pan en un horno todas las madrugadas. No. En aquel momento, en el que quizás estaba aprendiendo en el colegio lo que eran palabras polisémicas, pensé que en el fútbol, en los campos, la persona encargada de dirigir los ánimos de los suyos se denominaba Panadero. Más lógica, imposible. Para mí, Don José Rico creó esa acepción de la palabra. Con el tiempo, se ha vuelto hasta onomatopéyica. Escucho Panadero y percibo todo lo que él representó para un club único en el mundo. Porque eso era lo que, después de aquel día, y cada vez que se levantó en la grada para animar, nos hizo creer a muchos. A todos hoy.
Cuando encajamos el primer gol, y el segundo… se levantó el Panadero y repitió con ahínco su ritual. Impasible ante críticas y pitos de algunos, que a veces fueron mayoría. Pero él no. Él nunca desvaneció. Pasaron muchos años, y siempre estuvo ahí, levantándose a animar cuando el equipo perdía, dándonos una y otra vez una lección gigantesca. Nunca perdió. Nunca empató. Nunca ganó. Siempre estuvo ahí.
Le echamos de menos. A veces, cuando vamos abajo en el marcador, aún miro a la grada baja, con la ilusión de que algún día aparezca allí su figura reivindicando que somos invencibles. Debemos recordarle, con una estatua, en la que todos los jugadores que firmen con nuestra camiseta, posen con él, para entender que aquí tenemos un secreto. El Panadero de Archena siempre fue él mismo. Siempre fue el Real Murcia y nos legó el mayor tesoro que tenemos. Lo único importante era estar ahí el domingo para animar al Real Murcia. Porque aquel día nos lo dijo a todos: "Animar a tu equipo es lo único que importa, amigo. Es para lo que venimos aquí. Es lo que somos". Hoy estaría orgulloso, porque aquí estamos. Lo hemos hecho nuestro. Vale.
Fuente: Real Murcia
No hay comentarios:
Publicar un comentario